Narraciones, imágenes y concluciones recolectadas y realizadas por José Vasallos.

martes, 26 de enero de 2010

Nueva Bulskrik. Día 1.

Nunca volví a conocer noches tan frías como las que se padecen en las heladas ciudades del país insular Nueva Bulskrik. Allí, en invierno, las aguas de los mares se congelan hasta centenares de metros adentro, dejando totalmente aislados cinco meses cada año, a los habitantes de aquella isla abandonada por el sol. En esta república condenada, sufrí algunos de los mayores dolores de mi vida, perdí personas espectaculares, me castigaron mental y físicamente, y estuve a punto de perder mi vida. Aún así, fue justamente en ese lugar infernal, donde aprendí a tener esperanza en el hombre; en cierta medida.

Cuando llegué a aquella tierra, estaban sufriendo los mediados del otoño. Un mes, 30 días exactos a partir del 20 de noviembre, tenía yo según me habían dicho, para que el mar se congelase y los barcos no pudieran volver a zarpar hasta pasado el larguísimo invierno. Por supuesto, no era mi plan quedarme esa eternidad de tiempo atascado allí. Desde la cubierta, podía echar una mirada crítica al perfil de la triste capital; Nizni-Novstock. Una mediana mancha urbana, al pie de un monte, desde donde se asomaban algunos pocos gigantes de hormigón, con esa arquitectura racionalista típica de la ciudad, prácticamente reconstruida desde el gran incendio de hace 15 años. Al este algunas torres antiguas mostraban altaneras sus cúpulas chamuscadas, en un intento de orgullo veterano, entre casas más bajas y de mejor suerte; en el oeste en cambio, pequeños edificios comerciales se mezclaban con aquellos monstruos de gran envergadura, destinados seguramente a hospitales, oficinas públicas o alguna empresa importante. Luego, venía el puerto, desde donde las altas chimeneas de las fábricas y las petroquímicas emitían humos negros, contrastantes con la fina capa de nieve que cubría todo, y más allá pequeñas, muy pequeñas casas, que doblaban y se perdían hacia la montaña; alguna especie de suburbio, o barrio pobre. Hacia el puerto nos dirigíamos, una enorme estructura de concreto y metales que incursionaba como una cicatriz grisácea en el obscuro mar; las playas suaves de la costa, obligaban a los barcos que no querían encallarse, a utilizar aquel muelle artificial poco alegre (no tenía porque serlo); era una ciudad relativamente industrial, como el mío, casi todos los barcos eran cargueros que iban a recoger (maquinarias pesadas, químicos, gas natural, petróleo, y sobre todo, pescado, mucho pescado) y dejar mercancías (productos de lujo, carnes, granos, aceites, metales y sobre todo alcohol y cigarrillos, mucho alcohol y cigarrillos).


Mi arribo coincidió con la festividad del santo patrono de la ciudad, San Emiliano de Bartolomeo, por lo que, hasta en los vagabundos borrachos, y los marineros violentos que había en la zona de descarga, pude notar cierta efusividad, esa que se ve en todos los pueblos del norte extremo, que acorralado por el frío constantemente, aprovechan las festividades religiosas y patrias como catarsis para dejar salir la ansiedad contenida. Aún así, me pareció una ciudad deprimente. Galpones abandonados, veredas sucias, autos destartalados. Luego de esperar unos 5 minutos, paré un taxi Renault (curiosamente naranja) y le pedí al chofer que me llevara a algún hotel barato céntrico; el hombre me miró con el rabillo del ojo (unos ojos cansados), supuse que por mi acento, y enfiló hacia el este por la misma carretera. Interesado en aprovechar lo que me quedaba del día; le pregunté distraídamente por los edificios más grandes que había visto desde el barco; eran cuatro, todos con un estilo similar. Según el hombre, el más oriental, y más alto (con una gran antena en su techo), era la cede de Tel-Novz Co; la principal compañía telefónica de la ciudad, en su pisos inferiores, además, poseía una elegante galería comercial, y compartía el edificio con la Ford, la Esso y la Guiznav (la más importante de las petroquímicas nacionales). El central, el segundo más grande, era conocido como el Palacio Público; allí funcionaba el ayuntamiento, el parlamento, las oficinas de la compañía de gas, luz, y otros servicios, y las demás oficinas gubernamentales; algo así como una gran colmena burocrática, y de atención al cliente. Los otros dos eran, como había pensado en un principio, un hospital y unas oficinas privadas.

Si bien el hacía la parte vieja de la ciudad se volvía radicalmente más elegante; en esencia era igual de triste. Algunas guirnaldas, intentaban, patéticamente de mejorar el aspecto del sitio, pero no hacían otra cosa que verse groseras, entre la monotonía del gris y el blanco.

No serían más que las 7 y ya era una noche entrada cuando el Taxi me dejó en un pequeño hotel llamado “Sueños de Mar”. El edificio era viejo, constaba de dos plantas, y en la inferior, independiente del resto, funcionaba un bar con aspecto de tugurio. Un lugar de mala muerte, definitivamente. Pagué el taxi y entré, un recepcionista viejo y con el blanco pelo chorreante de grasa me atendió. De mala manera, me dio un cuarto, advirtiéndome que no se permitían prostitutas, apuestas, ni otras cosas ilegales dentro del establecimiento. Me asomé al salón común, sin demasiadas ganas de irme a dormir; pero cuando todo lo que vi fue a un borracho durmiendo en un sillón, con la cara tajeada y un olor nauseabundo, decidí probar mejor suerte en el bar adyacente.

¿Conocen el olor al cigarrillo barato, a alcohol derramado, y a transpiración humana concentrada? Conocerán el olor de aquel bar. De las 7 mesas, en 3 jugaban al póquer, en una, un hombre de traje hablaba con unas 5 mujeres de mala vida, y las otras estaban ocupadas por bebedores solitarios. En la barra, 2 pobres infelices bebían lentamente vodka en unos vasos sucios, de esos redondos de bar. El ambiente era agobiante, y aunque nunca fui un gran bebedor sentí unas ganas enormes de ahogarme en whisky. Me senté junto a uno de ellos y le pedí algo fuerte al cantinero, no parecía un lugar de bebidas caras. Bajo las luces amarillas de una lámpara tenue, sobre la madera gastada de pino, el hombre dejó un vaso pequeño de algo transparente; sin preguntar, me lo eché todo de un trago a la boca. Sentí el reconfortante calor en la garganta, y aún más, sentí que comprendía un poco más a aquella gente. Esa ciudad lo empujaba a uno a emborracharse. La bebida sabía a… a… que mierda, esa cosa no sabía, sólo te quemaba, y te dejaba con un horrible gusto en la boca, y el sentimiento de que si tomabas más de aquello, todo sería más soportable. Pedí otro. Y otro. Y otro. Y nada más, ya estaba bastante mareado y conociéndome, si seguía así terminaría quedándome dormido en ese lugar, con aquella gente tan encantadora, o aún peor (y más probable), metiéndome en algún lío. Pagué sin saber demasiado si me estaban o no estafando, y a duras penas, logré llegar a mi cuarto sin tropezarme ni chocar con nadie (eso creo) para acostarme, vestido y todo, sobre una colcha vieja, y un colchón duro como una piedra. Acaso mis últimos pensamientos, de ese día, fueron recordar, vagamente, que al día siguiente tenía que visitar a mi único contacto en la isla, un periodista (y escritor) local, un gran crítico, o un frustrado, según a quién se le preguntase.

José Vasallos.

Dia 0.

Introducción.

Qué se pretende con Diario de un Cronista Criollo, se preguntará el lector ocacional de este blog.
La respuesta es simple.
Este Blog, pretende incluir, las distintas aventuras, historias y vivencias, de un hombre al rededor de sus mundos (mundos sumamente parecidos al nuestro, con muchas cosas y lugares en común). Ni más ni menos. Cada una de estas narraciones, más o menos largas, de ún capítulo (cada capítulo es un día, por eso es una crónica) pueden y generalmente serán totalmente indistintas e independientes de las otras, en trama, argumento, contexto, época o lugar. Lo único que tienen en común, es una sola cosa. Nuestro protagonista, el valiente, cobarde, matizado (según el texto) cronista y escritor pampeano José Vasallos.
No se extrañen pues, de verlo, deslizarse sin problemas, de una nación tropical en los años 80, a un país de llanuras frías en una época similar a nuestro 1700, que a veces tenga tres hermanos, y aveces ninguno ni que se contradiga considerablemente entre una narración y otra.
Cada historia es un universo distinto.
Aún así, el entorno es decisivo en las reacciones y acciones de los hombres, y ya que estas historias vienen a ser una especie de fábulas; ver el contexto en que se forjan sus personajes, no es algo menor.

Finálmente, déjenme decirles una última cosa.
Querido lector, que acaso, emprendas conmigo y José Vasallos la aventura de recorrer muchos mundos muy distintos entre sí, pero poblados todos por los mismos seres humanos, en este viaje, verás hombres de todos los tipos, con todo tipo de ideas y pensamientos. No seas rápido en juzgar, ni en despreciar. Aprovecha, haz como José, y estudia cada una de estas ideas, escucha todas las posiciones, todas las filosofías, y así, eligiendo lo mejor de cada una, poniéndolas a prueba, atacándolas para ver sus fallas y sus errores, descartando algunas y seleccionando otras, Aprende. Que es la única forma de crecer como persona.
Buena Suerte, y que los mares de la vida nos sean calmos.

Diario de un Cronista Criollo.